El pasado mes de enero organizamos las jornadas “Las ciudades medias ante los retos de la nueva agenda urbana” y tuvimos la ocasión de contar como ponente a nuestro colaborador Jordi Navas. Una oportunidad para conocer cómo desde la emprededuría social se puede contribuir a más CIUDAD (si con mayúscula), a ciudades más integradoras e inclusivas. Este post es un extracto de su intervención y una introducción a su último libro “Be Social“.
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Imagínate que hoy te has levantado con ganas de volar. Lo primero que necesitas son un par de alas o, lo que es lo mismo, la voluntad para elevarte y comenzar a comprender las cosas desde un nuevo punto de vista. Normalmente, la realidad se presenta sobre el terreno como una envolvente condicionada. Los muros y barreras se erigen por doquier y tenemos la sensación de que nuestra mirada está determinada por una posición y un contexto circundante. Los árboles no dejan ver el bosque, los edificios aíslan al ciudadano y las estructuras de pensamiento limitan el discernimiento.
Pero a ti te da igual, porque ahora tienes un par de alas y puedes volar para entender en qué mundo vives y hacia donde caminas. Solo tú puedes hacerlas crecer en tu espalda, de la misma manera en que abres las páginas de un libro para que fluya el conocimiento.
Ya estás en el aire y descubres que hay un panorama inédito. Al margen de los acontecimientos que inundan la agenda de los medios de comunicación hasta saturarnos, se observan, a vista de pájaro, infinidad de brotes sobresalientes de realidad.
Nuevas formas de vivir con los demás, de relacionarse con el trabajo, de construir riqueza. Y la mayoría de ellas tienen que ver con una transformación profunda de la sociedad, con un horizonte donde las viejas formas de producción, los paradigmas del consumo y los estereotipos se ven reemplazados por la sostenibilidady la inclusividad.
Un giro irrefrenable en el statu quo. Porque, como explica uno de los protagonistas de este libro, el emprendedor keniano Dysimus Kisilu: “La población mundial llegará a los 9.000 millones muy pronto y este es un número muy grande. Una sola persona haciendo algo positivo supone ya un cambio. Es como empezar un fuego sabiendo que se va a extender”.
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Vamos a sobrevolar la realidad y a detectar brotes verdes de transformación. La mayoría de ellos surgen en una escala local o comunitaria y su fuerza nace de ese enraizamiento. Pero todos comparten la capacidad para contribuir al cambio global que delimita un futuro radicalmente distinto a lo vivido hasta ahora. Al frente de ellos hay jóvenes cargados de fuerza y de talento. Emprendedores, sí, pero con causa.
Según uno de los grandes teóricos de la innovación social, el arquitecto e ingeniero italiano Ezio Manzini, el diseño de escenarios para el futuro implica tres niveles: visión, propuesta y motivación. Este último resulta especialmente determinante, pues gracias a él la prospectiva adquiere su significado y legitimidad. Las ideas y los proyectos no bastan si detrás de ellas no hay personas capaces de llevarlos adelante con coherencia. La apuesta entronca más con el perfil del emprendedor que con el proyecto en sí, porque este puede cambiar y hasta derivar en otro tipo de relación profesional.
El ecosistema empresarial no es ajeno al fenómeno del emprendimiento social ni al potencial de sus adalides. Tampoco le resulta indiferente el auge de una nueva conciencia, surgida al calor de los movimientos sociales y amplificada por las redes. El escenario actual, con una reciente crisis que ha puesto en tela de juicio viejas prácticas y ha revelado que la responsabilidad social es un activo real, también parece proclive a aprovechar la ventaja competitiva del talento emprendedor. Por ello resulta más que probable que algunos de estos intrépidos exploradores del mañana puedan ser tentados a formar parte de grandes estructuras empresariales y corporativas.
Ya sea desde el emprendimiento o desde un puesto en una corporación, siempre se caracterizarán por proponer cuestiones innovadoras, aportando una gran capacidad transformadora y generando nuevas agendas.
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Si continuamos nuestro viaje por las alturas en busca de esos focos de nueva realidad, lo mejor es que nos hagamos cuanto antes con una cartografía. No un mapa del tesoro que nos lleve al destino por un trazado preestablecido, sino algo parecido a un código en el que se revelen los indicadores que nos permitan detectar los factores que realmente imprimen valor de cambio a los proyectos.
Por ejemplo, la diversidad. Una característica cargada de polisemia, que tan pronto se revela funcional como adquiere perfiles de género o culturales. Da igual el matiz significante, cualquier forma de diversidad constituye un pilar para el emprendimiento social. Es fácil de reconocer a simple vista. Donde hay diversidad, surge la tolerancia, la cooperación y la complicidad.
“Amo mi discapacidad”, afirma David Rodríguez, uno de los premios JES de este año. Nacido con diparesia espástica, David ha hecho de su discapacidad “una virtud” que le ayuda a liderar desde el ejemplo Pegasus Sport, un proyecto de superación de barreras a través del deporte.
“Cada reto local tiene su traducción a escala global. Por ello, estos aprendizajes entre pares mediante dinámicas de grupo y estrategias de convivencia originan nuevas soluciones y desarrollos competenciales claros. Es el fruto de mezclar perspectivas en un contexto inspirador”, señala Andrés Pina, responsable del programa que se implementa con motivo de los premios JES.
Un ejemplo de esta simbiosis positiva se registra cuando se entrecruzan experiencias nacidas de sociedades con diferentes niveles de desarrollo. La diversidad proviene aquí de los contextos, pero resulta igualmente productiva. Los emprendedores de zonas más desarrolladas descubren en los proyectos de sus homónimos de países con economías emergentes o precarias una fuerte conexión con la realidad.
Algunos de ellos están luchando por cuestiones tan elementales como llevar agua a las familias de un barrio o conseguir que las mujeres no se sientan inseguras en el autobús. Quienes vienes de sociedades donde estas cuestiones están aseguradas no lo ven con superioridad. Muy al contrario, reconocen la riqueza cultural y se contagian de esa capacidad de lograr que sucedan cosas.
Otra referencia para el código de leyendas de nuestro particular mapa del emprendimiento transformador lo constituye el componente de innovación. En un momento histórico caracterizado por la crisis del estado del bienestar, el embate al poder adquisitivo de las clases medias y el incremento de las desigualdades, la innovación se presenta como una condición irremplazable para que se generen nuevos escenarios.
La capacidad para pilotar el momento y aprovechar las oportunidades que concita la revolución tecnológica digital constituye uno de los valores diferenciales de los emprendedores sociales.
Crear una red mundial de servicios relacionados con el autismo, aprovechar la sensibilidad que despiertan los contenidos animalistas en las redes sociales para incrementar las adopciones de mascotas abandonadas o descubrir tu perfil profesional e interesar a potenciales empleadores a través de juegos on-line son ejemplos de innovación. Todos ellos muestran la capacidad de los jóvenes para interpretar la revolución tecnológica en clave de futuro.
El radar para reinventar usos sirve también para adaptar las soluciones tecnológicas a los contextos. En ello está Mikayla Sullivan a sus 22 años. Su proyecto, KinoSol, distribuye sencillos deshidratadores de alimentos en comunidades inmersas en una agricultura de subsistencia de África, Asia o América Latina. El impacto en cadena un efecto de bola de nieve. Excedentes comercializables, mejoras en la nutrición, posibilidad de mejorar la salud y la escolarización e incidencia en colectivos de mujeres.
Los emprendedores sociales también se han convertido en maestros a la hora de reconocer aquellos sectores con oportunidades de mercado y responder a nuevas necesidades.
Hace unos años, la mayoría de estos proyectos tenían por objeto temas relacionados con la inmigración o con cuestiones cercanas al campo de las ONG. Ahora hay otra agenda que conecta con las nuevas realidades sociales, desde el envejecimiento activo y la intergeneracionalidad hasta la implantación de guardarraíles fabricados con material procedente de neumáticos reciclados.
Otro intangible que mueve el emprendimiento es el liderazgo. Este operaría como un activador, como un detonante intencional que resulta imprescindible para que tenga lugar el impacto social deseado.
La mayoría de los emprendedores se abonan a un liderazgo apoyado en el ejemplo, la motivación y el diálogo. Aunque hay algunos que se desmarcan del concepto. Como Nushelle de Silva, responsable del proyecto de Sri Lanka Building Bridges, que prefiere vincularse a la filosofía de “iniciativa ciudadana”, o el costarricense David Hernández Sandoval, de 2nd Hand Ropa Solidaria, quien no se considera un líder, sino un “idealista práctico”. Más claro aún lo tiene Dysmus Kisilu. “Cuando entro en la oficina, siempre pregunto: ¿Dónde está el jefe?”, explica socarrón.
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Naturalmente hay puntos negros en esos mapas cenitales que nos acompañan en nuestro vuelo iniciático en busca de los brotes del cambio irrigados por el emprendimiento social. Por ejemplo, los españoles se quejan de forma recurrente de la ausencia de facilidades para conciliar el fin social con un perfil de negocio. También les pesan las dificultades para arrancar su emprendimiento por culpa de las cuotas desorbitadas para autónomos y por la falta de incentivos fiscales y de financiación.
La realidad es que un emprendimiento, por muy ejemplar que sea, no tiene sentido si propone servicios que carecen de demanda y termina dependiendo de financiación externa o del circuito de los premios.
En el espacio dedicado a la leyenda del mapa habría que anotar también el concepto de enraizamiento (grassroot en inglés). Consiste en una especie de mandamiento que conecta al emprendedor con la realidad más cercana. Ello le permite retroalimentarse con resultados perceptibles de forma inmediata y con un impacto social más evidente. A partir de esta intervención en contextos de proximidady, en función de los resultados, se derivan estrategias para escalar hasta dimensiones más globales.
Cristina Balbás promueve Escuelab, un proyecto de iniciación a la educación científica orientado a despertar vocaciones entre los más jóvenes. El año pasado obtuvo el premio JES y participa en la presente edición del programa Youth Action Net. Desde 2013, la iniciativa de esta doctora en biomedicina molecular de 29 años se ha convertido en un referente y un caso de éxito, que le ha catapultado hasta la portada de la revista Forbes, que en su número de octubre de 2017 la incluía en la lista “30 under 30”.
“Incrementamos el impacto social si llegamos a un mayor número de beneficiarios, pero también si preservamos la calidad de la experiencia”, explica Cristina. Acostumbrada a la precisión de las fórmulas, esta joven emprendedora es consciente que la clave de un proyecto escalable está en el equilibrio entre la oportunidad, la viabilidad y la consistencia.
Otro seleccionado por Forbes como 30 under 30 de este año, Alberto Cabanes, padre, hijo y espíritu santo del proyecto Adopta un abuelo, coincide plenamente. “Hay que crecer rápido pero sabiendo medir riesgos para que prevalezca el valor social”, señala.
¿Dónde se encuentra el baremo para reconocer los límites que permiten mantener el control y la eficacia sin perder oportunidades? No sería aventurado contestar que en ese lugar que el neurocientífico de origen portugués António Damásio, Premio Príncipe de Asturias, ha definido como el “yo autobiográfico”. A través de la sensación de existencia, la especia humana ha encontrado un mecanismo de adaptación que relaciona las emocionespropias y sus causas con un sentimiento. El mismo que, identificado por la mente consciente, se traduce en una respuesta conductual.
Algo que Cristina Balbás explica desde su corazón. “Para mí, vale cien veces más que un niño con déficit de visión contemple las estrellas que obtener un premio económico o salir en las noticias”. O como dice Francisco García, creador de la plataforma Meet your talent: “Solo eres feliz con tu proyecto si encuentras amor en un sentido amplio”.
Y aquí nos tropezamos con el último símbolo que nos faltaba en el recuadrito del mapa. Se trata de un icono con forma de persona. Este último pictograma nos previne sobre el tipo especial de seres humanos que nos vamos a encontrar a pie de emprendimiento social. Hombres y mujeres inmunes a los ataques de ego, porque saben que lo tienen y cómo controlarlo para que no interfiera en sus proyectos.
Son gente valiente, que han renunciado al “camino trillado” y a los itinerarios de éxito profesional más reconocidos, como reconoce Balbás. Solidarios e incapaces de actuar con indiferencia frente a lo que les pasa a los demás, en palabras del emprendedor costarricense, David Fernández Sandoval, responsable de 2nd Hand Ropa Solidaria.
Colaborativos por definición y abiertos a cualquier red asociativa o propuesta transversal que les enriquezca. Abonados a la ejemplaridad, como “forma de vida”. “Debes cambiarte a ti mismo si quieres cambiar el mundo”, afirma David Rodríguez, de Pegasus Sport.
Jordi Navas, enero 2018.
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